Dar y recibir. Sucede en toda relación humana, también en aquellas que son asimétricas.
Es evidente que hay diferencias entre la mano de un educador y la de un niño: en tamaño, en sensibilidad, en fuerza, en experiencia... Pero las dos son capaces de dar y de recibir. Y es lo que necesitamos practicar cada día.
Cuando un menor y un educador se encuentran en un contexto de enseñanza y aprendizaje, consideramos normal que una de las partes asuma el papel de aportar y la otra el de recibir.
¿Quién no piensa que la tarea de un educador consiste fundamentalmente en guiar, enseñar, orientar, transmitir...? ¿Y que la principal obligación del pequeño es observar, escuchar, asimiliar, aprender?
Sin embargo, la experiencia nos dice que los educadores, entregados con pasión a su misión, reciben tanto o más de lo que dan. Incluso los jóvenes aprendices de educador/a, cuando terminan sus periodos de prácticas, suelen comentar que se llevan más de lo que han aportado. Y esto mismo suele acontecer con nuestr@s voluntari@s.
¿Qué aportamos? ¿Qué encontramos?
Estar con niños y jóvenes nos enseña a ser flexibles y creativos, a mirar al futuro más que al pasado, a mantener despierto es@ niñ@ que llevamos dentro.
Dejemos que nuestra relación educativa sea un enseñar y aprender bidireccional. No nos obsesionemos los educadores con enseñar a toda costa; más bien dejemos que surja la inquietud por aprender, por crecer, por madurar... También nosotr@s. Acompañemos esta inquietud. Compartir experiencias nos enseña a todos. Al lado de los pequeños seguiremos aprendiendo. "Si nos hacéis como niños..."
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